Amaneceres en el jardín de los infinitos espejos

I (Poesía)


Confió en su inocencia
y soñó ser estrella que iluminaba el cosmos.

...Nació despacio.


II (Inspiración)


Siento tus ojos guiando los ojos
que guían mis manos,
y tiembla de cielo y de fuego la mirada.
La transparencia habita tu paisaje,
y busco,
indago en la sin forma esquiva
de lo íntimo,
del deseo sin nombre todavía,
incipiente y mágico en su génesis.


III  (Con los ojos del sueño)


Con los ojos cerrados
fuiste creando el mundo.
¡Lo soñabas tan libre...!
Flotaba en vuelo grácil
irradiando la luz del corazón en todo,
viajando,
buscando en la inocencia,
como el niño descubre el milagro del gozo
compartiendo los frutos de la noche y del sol,
aprendiendo a mirar
en el alma los ojos,
acariciando el sueño,
dialogando en silencio de tanta gratitud...!

Con los ojos del sueño
fuiste creando el mundo...


IV (Creación)


Miró los ojos del fuego,
se entretuvo en el diseño fiel
de la flor del desierto.
Por el territorio de los sueños,
voces sin cuerpo le guiaban.

La mano del alba vertió su maná
y vio todos los caminos
de la vida por hacer:
la flor, el mar, el cielo...
La belleza y la paz
le esperaban entre el mar y el verde
que ya cantaba su existencia.

V (Azul)


Abrí los ojos y el día ya era azul.
Todo el alrededor elevaba su canto.
El aire completaba ese silencio nuevo,
regado por la noche y el jazmín.
Los pájaros ahuecaban sus plumas
en ráfagas de fuego,
y hasta el mar
ensayaba  un nuevo amanecer,
dibujando y borrando
su color y contornos
al ritmo de una danza de desnudos y tules
que  mostraba y velaba
su  mirada y su templo.

Vi los profundos ojos creando
la dulzura de todo el despertar.
Maravilla posible que penetraba en mí
para tornarse voz y sangre de mi carne.


VI (Pensamiento)


La  maravilla concreta del paisaje
oculta la noche en la casa
y abriga su esperanza
en la silueta del ala inquieta
de la golondrina
ambigua,  fluctuante...


VII  (Lúcido gozo)


Tu silencio es la voz del alma
construyendo el instante.

Hoy contemplo la vida
en las cambiantes dunas
que buscan su expresión
cabalgando  por el tiempo.

Intimidad callada, cima de gozo.

VIII  (Instante)


Las aguas del silencio
penetraron en los brotes de la palabra
humedeciendo con su beso de noche
la lucidez que en ese instante se ofrecía a su boca,
iluminando
como luna en un túnel
el calor de su luz y de su incertidumbre.

IX  (Desde el suelo)


La flor levanta su mirada,
funde su cuerpo azul en el azul del cielo
abierto por los huecos
que atraviesan las nubes y las disuelve
con su aliento de fuego.

Brotan blancas, aisladas rosas,
margaritas y promesas de un campo eterno
y el suelo contempla arrobado
el milagro del cielo,
su origen y espejo.


(Amanecer con luna llena)


El amanecer se yergue indeciso,
entre la noche que extiende sus acostumbrados brazos
como tirantes cables de acero
para sujetar la quietud,
y el día que aflora,
conciencia inevitable ocupando el espacio.

Juntos participan del ser :
la luna llena del sol pleno
mira el rostro del sol de plenilunio lleno.

XI  (Expansión)


El instante se expande
dichoso de su tiempo por el espacio entero.
Extiende los amplios brazos,
sabedor de su esencia,
entregado a lo incierto,
confiado en el mundo para besarlo todo,
para mirar su ser
y cantar con su voz y con su mirada al cielo.
Y desde su fugaz materia,
se integra en cada luz que ilumina su viaje
y en esa dicha expresa su esencia por el aire.

XII  (Día de lluvia)


Paso a paso, gota a gota,
con esa terquedad imperceptible
de lo nuevo, la vida se estrena
amistosa y cambiante
en estos hilos, ríos de plata
que bajan y suben,
como fuentes abiertas por el turbio cielo,
cansado ya de incumplidas promesas
y de propósitos ligeros.


Los ojos abiertos escuchan
voces, palabras delgadas
que las gotas llevan
para enterrar en  el lodo de cualquier suelo,
de cualquier río que vaya a dar a la mar:

-tengo miedo.

-¿me querrás siempre?

-¿adónde voy...?

XIII  (Despedida de la noche)


Se despide la noche.
Se extiende la despedida por su cansancio.
Se apagan sus ojos,
sus brazos disuelven su vigor
por el espacio quieto.
Sin poder evitar el fin que sabe próximo,
confía su conciencia a esa quietud
que acoge la fuga de sí misma en sí,
en un sueño propio
y allí encuentra los colores de la plenitud dorada,
los trinos florecientes  de las mieses,
la humedad de los pétalos en sus cabellos
y sonríe a la dulzura de ese olvido de sí
y es alegría ya
su tristeza primera y abandono.

XIV  (Confianza del ser)


El instante se expresa
confiado en el silencio de su ser,
sin la espera de un tiempo por venir,
sin la nostalgia de un tiempo ya vivido.

Es,
aventurándose en el ser,
consumiéndose en la entrega,
mostrando  su maestría
en la expresión plena de su existencia.

XV  (Viviendo)

Imparables,
las noches  y los días se suceden,
nunca iguales,
mostrando siempre en un rostro distinto,
en cada instante nuevo,
eternamente repetido,
lo mejor de sí mismos,
lo antiguo aprendido y lo nuevo estrenándose,
ensayando y floreciendo a un mismo tiempo
en esa espiral infinita
en que todos estamos envueltos
fluyendo hacia el Ser
y siendo en Él aun sin saberlo.

XVI  (Tu nombre es luz)

Más allá de la ilusión y de la culpa,
más allá de la mente y del dolor,
más allá...

Más cerca de la lluvia y de la luz,
más cerca del fuego,
más cerca aún
de la inocencia del agua,
de la brisa del sonido,
más allá y más cerca
del vuelo y del amor del aire,
veo la creación de todo en su verdad.
Más allá, aquí cerca,  en mí,
te nombra la palabra.
Las alas del sonido esta mañana
lo llevan prendido llamándote
y extendiendo tu esencia por el aire.

XVII  (Petición al amanecer)


Vive en mis ojos y aleja con tus flores
las ráfagas  de ira
que llevan prendidas
los que temen la inocencia
del mar cuando nos mira.

Concédeme tu luz
para que mezcle colores con las horas
y cante milagros
que diluyan nostalgias y perdonen errores.



XVIII  (El viaje)


Vivir las horas que discurren
apoyándose unas en otras
para seguir el viaje.

Contemplar el empeño de algunas
en quedarse adheridas,
ignorando
que existen ya en las nuevas que nacen
y que nada está lejos ni ausente,
que todo es parte y todo es todo,
como cualquier ausencia es  plenitud
de la presencia ausente.

Todo es parte y todo en el alma.
La noche es día y el amor,
la muerte de la muerte.

Cada instante es un paso más allá del viaje.


XIX  (Despertando el día)



El día es un presagio.
Las alas del misterio quiebran
su oscuridad uniforme y en lo invisible brota
la  ilusión de las formas, la quietud del volumen.
Instante sobre instante, la luz es nacimiento.
Los colores se estrenan: rosas, dorados, verdes.
El azul prometido muestra su nitidez.
Ya todo es cercanía:
la voz del rostro amado, el teléfono mudo,
el semblante del día
y esa majestad de los árboles próximos
elevando en sus hojas
la luz del pensamiento albergado en su savia.
Artífice incansable del camino a lo nuevo,
el aire es un milagro.

XX  (Desde siempre)


Desde siempre,  lo conoce y lo espera.
Desde siempre,  el día espera al día,
abiertos los brazos a su fuego,
su vientre espléndido
hirviendo en las aguas del silencio del cosmos,
que se hunde en las raíces,
inacabables raíces del misterio.
Desde siempre, pueden tocar los ojos
la maravilla del terciopelo
de la luz y de la flor,
el milagro del contorno cambiante de la nube,
la armonía iluminada mostrando el todo.
Desde siempre, puede escuchar
el  pequeño latido
ilimitado al conocer su gozo y su luz
más allá de su vuelo limitado,
y, entonces el rítmico empuje
es cántico siempre vivo
en el corazón del todo.


XXI  (Sueño del día)


El día pasó la noche soñándose.
Se abrazaba a su amor
y era  claridad nueva
de  aurora y noche.
Confiando en su avance
cuando sólo era ausencia,
sintió el latido del sol
sobre sus brazos.
Un clamor se extendió
por el silencio,
el corazón fue luz,
fuego despacioso por el alrededor
creador de los sueños de todos.


XXII  (Confianza)


Vi tu mano orientando mis pasos;
pero temí que fuera un sueño
y continué quieta,
mis manos enredadas en invisibles telas.
Tus ojos me alentaban y mi corazón hablaba.
Así han pasado  días, estaciones, años
mirando esa quietud cansada.
Hoy  rompo mi silencio
y te hallo allí  de nuevo
con tus manos amplias esperando las mías.
Allí, aquí mismo, en esta hora, hoy,
un día de esta vida, un instante cualquiera,
hoy, mío el tiempo tuyo  para siempre.


XXIII  (Una mañana)

Miro el paisaje apoyado
en el cuerpo del tiempo.
El vuelo del aire sobre la hora
permite contemplar un nuevo cielo
distinto y siempre el mismo,
el rostro del mar fluyendo
por la vida de sus ondas
al ritmo de su canto y de la brisa.
Todo florece en su momento.
El arco-iris de la vida se abre
y siento el fuego que rasga
el espejismo de lo aparente
y me muestra lo irrepetible
de este instante siempre nuevo.


XXIV (Tiempo de gratitud)

La mirada convierte en templo
su alrededor,
y es su interior
el espacio que los ojos aman,
y es el silencio
su gratitud a la luz que la acompaña
por los espacios de las horas.

XXV  (Renacimiento)
En un instante fugaz,
señalando el espacio
con el tiempo,
los dioses se encuentran;
al instante, se borran
las memorias
por un presente nuevo;
sus ojos abiertos,
irradiando su fuego alado
con el temblor de un sueño:
vaivén  incierto del espejo.
Ser sin temor a serlo todo y nada,
comienzo y término.
Nacer es morir.
Vivir, compartir el fulgor del encuentro.

XXVI  (Viaje por el alba)

Navegaba por un espacio azul
en un brillo de espejos.
Crecieron alas y el diamante de fuego
traspasó el aquí,
y era el aquí y allí y el todo.

Trazó su curso por los ríos
del tiempo y de los sueños.
Inventó cadenas para escuchar
el sonido de la libertad en su cuerpo.
Se transformó en  nube;
brotó flor y se hizo brisa y agua
para probar el tiempo.

A ratos, dibujaba  pasos lentos
que arañaban el suelo con tatuajes
de sus propios pasos;
miraba las edades con los ojos
cambiantes de sus propias edades;          
traspasaba las gotas de rocío
con su invisible aliento
para crear colores nuevos;
pintaba las plumas de los ángeles
para los hombres
como sutiles gasas de blancas aves.


Todo existía en sí,
en su mente de fuego,
sin temores  ni límites,
milagro revelado una mañana nítida.


XXVII  (Amanecer en el agua)


El agua siente la libertad entre sus dedos,
brota  en blancas flores,
rodea  de estrellas su cuerpo;
su voz se eleva en canto
hacia su alrededor;
sabe que la mirada brota desde su centro
y sonríe a la luz que le permite ver
la compañía de quien comparte su  soledad.

XXVIII  (Renacer)

Renacer desde dentro,
desde esa noche que se aclara en día,
paso a paso,
con la sencillez de lo inevitable
y la entrega de lo confiado.

El cambio de un instante a otro
es la libertad del ser.

No hay cárcel capaz
de encerrar el secreto
que guía a las almas
en su movimiento.


XXIX  (Lo cotidiano)

Segura de sí,
muestra la luz su aliento
de flores y de aguas nítidas
en las fuentes de las horas
y en el horizonte de los días.
Bulle el sol en la perfecta distancia
para que los ojos se miren  en los ojos,
para ser flor en la flor
del agua y de la vida,
para contemplar
la belleza de la palabra en el silencio,
en el piar del pájaro vecino,
en el inaudible crick-crack de la hormiga.
La luna exhibe su invisible presencia
y espera vestida de novia
su próxima cita.


XXX  ( Epifanía)


Contemplan los ojos la danza
de color creada por las manos del día,
y su ondulante pétalo de fragancia
eleva la armonía  de este océano de luz.
La intimidad genera un nuevo canto,
dialogando y expandiendo
el pensamiento hacia el gozo de ser.

Epifanía de la gloria.


XXXI  (Despacito I)


Despacito, con pasitos leves,
en silencio,
se acercan mis ojos para hablarte
del arco iris de las flores cada mañana,
de la sonrisa de tus manos
al acariciar la vida mientras la creas,
del tacto próximo de tu voluntad;
despacito,
el niño ensaya sus primeros pasos
y contemplo ese caminar a tientas,
abiertos los ojos por la luz del día
hacia el encuentro.


Variación  (Despacito II)


Sutil y silencioso, te filtras en mis ojos;
me cuentas tu alegría de arco iris en las flores,
soles de luz abiertos;
me entregas la sonrisa de tus manos
en la belleza de las formas y texturas;
alientas los pasos de piecitos
a comprobar la firmeza de la tierra y su equilibrio;
guías mis ojos hacia la luz
y mi amor,  hacia el encuentro.



XXXII  (Contemplación)


Tendido su cuerpo sobre la superficie mórbida,
sueña los sueños de un  barco que  mece el agua:
dorados surcos hienden la quilla;
sus labios suspiran
al compás de un rítmico baile.

Presa la luz de su silueta,
sueña un viaje propio a la deriva,
como  dorado polen  de un dios viajero.


El instante es eterno sueño y gozo.
La paz abre los ojos y afirma el color,
el temple de los átomos en el espacio abierto.


XXXIII  (Pensamiento matinal)


El adiós de la noche
es nacimiento.
Llega el color
y el tiempo que medimos.
Se va el silencio y la paz
de la mirada quieta.
Los ojos pueden ver
el vuelo de las aves,
sus cuerpos suspendidos
contemplando la tierra
desde sus ojos altos.
Los dones que la luz
permite compartir,
creadores de vidas
y adioses sucesivos
en ese eterno viaje
de estar y ser no estando,
de ser
sin saber si hemos sido
o ignorar qué seremos
más tarde, pronto tal vez,
lejos, mañana,
hoy, quizá, y muy cerca…

XXXIV (Nacimiento)


Como la arena
virgen,
súbito espejo
tras el alado roce del agua y de su flor,
así el pensamiento de tu amor
vierte en mí su misterio,
su  paisaje de luz,
cuando tu voz me ofrece
ese paso callado de sus latidos graves,
cuando tus ojos
fluyen por un silencio
y guían  a los míos
por  la quietud radiante del cosmos infinito,
cuando tu luz me envuelve
y, ahuyentando las  sombras,
busca en mi corazón la imagen de tu ser.



XXXV  (Lo  contemplado)


La noche sueña y gime  su anhelo de aguas en flor.
Zumban las espigas un baile de estrellas
que el aire entibia con la fe de su aliento.
El horizonte es un cielo dormido.


Tras el silencio, brota el espacio.
Hoy,  el milagro tiene nombre de flor.
Rosa es su signo.

Erguida su espalda, sus ojos dulces,
la luz estrena el volumen de un tiempo por vivir.


XXXVI  (El amor y la muerte)


Se amaban,
ambos fundidos en ese instante,
olvidados sus límites,
plenos del ser que se expande en otro,
compartiendo y siendo por compartir,
celebrando su dejar de ser
para ser otro ser distinto,
más amplio en su expresión,
ilimitado y único.

Quizá por eso,
día y noche se suceden con sus sutiles alas
imperceptibles.
Siempre hay fusión y amor
en su relevo.


XXXVII ( Ser sin temor)

No temas nunca compartir
lo que eres,
tu sabor y tu brisa,
tus gestos y tus ojos;
porque contigo viajan
los que, sin saberlo, te amaron
al permitirte la vida,
los que te amaron un minuto,
los que has amado y seguirás amando,
siempre creciente el círculo,
los que sin conocerte
expresan su verdad
a los extraños ojos
que en los caminos florecen.

Confía.
Viajas por el aroma
de una historia de amor
viva, en el aire que inspiras cada instante
y sientes el latido unánime y único
de cada  alma ofreciendo su color,
aun cuando su mente ignore lo que su esencia ofrece.


Ser,
generosamente ser,
entregarse confiado al absoluto amor,
inacabable como la vida.


XXXVIII  (Amanecer de sueños)


El fulgor del instante vibra
con la luz cierta de unos pasos.
Sus ojos miran la fuerza del agua
extendiendo su vuelo azul.
Llueve y  sueña  con sus abrazos,
flores de lluvia de la tierra.
Recogida en ellos, envuelta en su capa,
se dilata entre las aguas
bajo los lagos extendidos en campos y arenales.
El agua la atraviesa
y ella avanza, confiada  la mirada,
su voz intensa, hacia el encuentro.

Dos rosas brotan púrpuras de luz y sueño.


XXXIX  (Comprensión)



Los ojos del mar contemplaban el cielo.
La casa los miraba,
abiertas sus ventanas a los espejos y horizontes.
Los inacabables ojos avanzaban despaciosos,
conocedores del secreto de lo eterno.


Volvió ella hacia dentro sus ojos
y descubrió sus paredes
y la pena  que se posaba en sus suelos.
Recordó los rostros cambiantes
que asomaron desde su nacimiento
para contemplar el mar y el cielo.

Su silencio fue un grito hondo
que el mar oyó
y el eco convirtió en agudas crestas
como cuchillos de acero en la noche.

El cielo lloró todo el día sin decir por qué.

La casa sintió el amor de todo
desde siempre hasta siempre.


XL  (Amaneciendo)


Abrió los ojos
en una hora incierta todavía.
El mar, fundido con el aire,
era cielo
y el cielo se había diluido
en el misterio de un mar invisible.
El éxtasis fluido navegaba
por un horizonte inacabable.

Era el minuto un silencio oscuro.
Nada ocurría,
sólo sus ojos parecían vivos.


Algo más tarde, oyó al mar desperezarse.
Comprendió sus palabras
y también supo que cantaba su nombre.


La voz del mar
y los ojos que vieron y oyeron
lo que el mar cantaba
recrean hoy el color de su sueño:                              
aquella hora del abrazo,
la ambigüedad creciente del amor vivido,
la muerte de la muerte,
la unidad de ese amor...


XLI  (Lejana luz)



Desde siempre,
lejana luz en el silencio,
habrás sentido el aliento del aire en tu fuego.


Desde antes del tiempo,
habrán poblado tu silencio
la armonía del agua
y el azul del suelo en tu cielo.

Desde el principio,
habrás entregado tu luz a la luz,
estrella viva,
fuego del fuego.

Aunque también tú encarnes
el juego de espejos de fuera y dentro.

Semilla del cosmos,
la luz y  la sombra te habitan.


Flor de luz,
eres parte del todo que viaja contigo
por el espacio Siempre.

Suspiro

                            Aliento

                                                    Fe...

Silencio.


XLII  (Reflexión al amanecer)


Apenas rozan tus pies el suelo,
apenas pisan
este silencio extasiado
con el aroma de un amanecer nuevo,
hablas y arrastras contigo
los recuerdos:
lo soñado y lo vivido.

Minuto a minuto, contemplas
el curso del viaje:
el largo paseo por el río,
por las tierras de la luz y de los miedos,
por los ciclos del viento,
por esa libertad que permiten
las cárceles creadas
desde fuera hacia adentro.

XLIII  (Belleza)


Extiendes tu cuerpo por el aire,
llegas con tus ojos hacia las cosas
y las transformas en parte del milagro.
Te entregas al tiempo
y tu corazón  dilata su cuerpo
o lo contrae en un instante eterno.


Todo lo alteras,
pues, siendo agua en el agua,
formas el cuerpo de la espuma,
de la flor del sonido y del deseo.

Tú eres la magia de lo etéreo,
luz que espejeas
la vida con tu beso.

XLIV  (Sucesión)

Día y noche se suceden sin tregua,
ofrecen sin reservas lo mejor de sus rostros
a la belleza virgen siempre viva
que renace y se eleva en sus alas.
Siempre sucesivos,
amantes...unidos, ...distantes.


XLV  (Descubrimiento)


Miró los ojos del fuego,
se entretuvo en el diseño fiel
de la flor del desierto.

Por el territorio de los sueños,
voces sin cuerpo le guiaban.

La mano del alba vertió su maná
y vio todos los caminos
de la vida por hacer:
la flor, el mar, el cielo...


La belleza y la paz
le esperaban entre el mar y el verde
que ya cantaba su existencia.


XLVI  (Ahora)


Hoy contemplo mi pasado
atravesando el mapa de mi rostro
en líneas curvas,
como ondas que dibujan
el ritmo pausado de mi tiempo.


Distingo heridas.
Algunas muestran penas antiguas
que se abren al recuerdo, aún presente,
de  una escasez  viva.

Continúo escrutando en lo invisible todavía,
imaginando próximos trazados
que laten ahí,
en el aire interno que respiro.


Miro mis ojos:
reconozco el diseño profundo de su cuerpo sereno;
tras la tristeza,
la inocencia del niño
que  ofrece su esperanza  a la esperanza:
me fundo en ellos.

Vivo el ahora.



 2003-04 Isabel