Paradoja

En cada instante,  en cada aliento,
noche y día se funden: lo incierto y lo posible,
lo nuevo acrecentándose, lo antiguo despidiéndose…
En cada inhalación
nos penetra la noche
y siembra en nuestro suelo
sus sueños más activos;
apenas nos revela sus rasgos envolviendo
y, sin embargo, sabemos
que nada es ya lo mismo.
Ríos y estelas atraviesan espacios,
se unen y separan, modifican sus gestos;
nuestros días y noches nos viven
y estimulan sus sueños y viajes
buscando en lo eterno, lo nuevo y distinto;
mostrando lo eterno en lo nuevo y distinto.

Isabel, enero

Noche de silencio

Algunas veces, la noche habla. Todo es silencio entonces, sólo él, esa quietud de ruidos y sonidos, y el latido rítmico de la vida, su pulso y el nuestro, imperceptibles. Alguna hoja parece, de vez en cuando, torcer su rostro ligeramente, sutil señal de dinamismo; el resto, quietud, transparencia y espejo de eternidad viviente.
 El mar calla también, es como si la orilla se hubiera alejado mar adentro y no pudiera oír el desembocar en las orillas de sus límites. Todo es paz, quietud, serena pertenencia a la infinitud, al vacío y a la plenitud del desconocer a quién se pertenece. No hay rostro en el que apoyar las dudas ni certezas, solo el cielo oscuro con multitud de puntos brillantes, lejanías que remiten a soles, a estrellas y a mundos que ignoramos los comunes mortales.
Esta noche es de esas apacibles. Todo es silencio, imaginación de noche sin penas ni temores. Oscuridad serena que nos conduce al sueño y a nuevos caminos que se preparan mientras dormimos y soñamos que dormimos y que despiertos hallaremos rutas nuevas para solucionar viejos problemas que en otros momentos consiguieron alejar el sueño de otras noches.
Noche poética, noche de música, noche de sueño, tejida con el primor que solo el silencio sabe.

Isabel

Una historia de amor

–Me pides que traduzca a palabras lo vivo y eso es imposible. Lo que se vive, palidece o se exagera cuando se cuenta..., las palabras son conceptos, sugerencias, evocaciones; pero nunca pueden ser lo vivido. Además, en una historia de amor, siempre hay dos partes y una de ellas jamás alcanza las cotas de experiencia de la otra, y eso es recíproco. Sólo tenemos las palabras, los gestos y los hechos, y ninguno de ellos– ni unidos ni separados– pueden alcanzar el hondón de lo que cada uno es, siente, sueña, teme, profetiza, aprende de sí, imagina en el otro…  A veces, considero que el amor nos funde en la infinitud más que en la cercanía del otro.
–Pero es que a mí me gustaría escuchar de nuevo esa historia que siempre cuentas de forma distinta y, sin embargo, siempre reconozco.
–Sí, algo de eso tiene esa historia mágica que ya no sé si vi, observé, imaginé o viví en alguna de las muchas vidas que, seguramente, todos vamos viviendo. 
Puedo comenzar con una tarde. Es invierno. Hace frío, dentro y fuera del cuerpo, y él sabe que ese invierno atmosférico le puede estropear su viaje habitual, pero se resigna, lo acepta; aunque por dentro, más allá de su propia conciencia, siente miedo, en silencio, y cuenta desde su miedo la vida. Creo que más allá del lenguaje, todos estamos hablando siempre a través de nuestras células y de nuestros pensamientos.
Suena un timbre y comienza su jornada. Siempre atiende puntualmente todos sus asuntos obligados. Los deseos los va dejando para el final, por si, mientras tanto, se atenúan, por si puede adormecerlos y dejar de sentirlos. Le parece lo mejor controlar sus sentimientos e impulsos ante lo que la mente programa en su vida. Eso es lo más adecuado y decoroso.
En otro lado está ella. Tiene frío, pero no se ha dado cuenta. Es sentimental e impulsiva. Insegura y segura, contradictoria. Le gusta sentirse amada y que se lo digan. 
En realidad, este esquema es un arquetipo habitual de pareja. No es una pareja rara esta que estoy poniendo en palabras, es bastante tópico que ella demande más atención y él exprese menos de lo que ella desea; pero no siempre es así; también hay hombres que expresan con naturalidad sus sentimientos, sobre todo en las generaciones más jóvenes; por eso, es mejor que te lo diga, para que lo entiendas bien, para que puedas imaginar a cada uno por su lado y también cuando estén juntos; porque, en definitiva, quien va a construirse y a escribir la historia en su interior eres tú, oyente anhelante de historias de amor.
Se ven y se reconocen al instante. Saben que ambos son pareja, y todavía no han cruzado una palabra. Todo se ha transformado, pero aún no hay ninguna manifestación externa, porque uno de ellos– ella, en este caso– desea salir huyendo y muestra su indiferencia más teatral y sencilla posible. 
Nada ha sucedido, sólo ella sabe de la ruptura total de sus cimientos.
Las palabras llevarán, con el tiempo, a conocer y reconocer el timbre y la melodía de las palabras y nunca nada sonará igual que esa música en la que se envuelve la inclinación y el deseo. Nada es evidente y manifiesto. Todo discurre por las vías invisibles de los sueños y de otras existencias más allá de lo corporal y físico, por lo inconsciente.
Un día coinciden tomando un café en el mismo espacio. Se miran, pero ambos fingen que no se reconocen, ahí se dan cuenta de que eso tampoco es natural. Algo está pasando. En realidad, ambos saben de sí mismos y de sus pensamientos; pero cada uno ignora si forma parte de alguno de los pensamientos del otro.¿Cómo te sentirías tú en una situación semejante a la que te planteo?
–Con temor y esperanza. Pero explica qué pasó. Eso no me lo has contado nunca.
–Nada. No pasó nada. Sólo un ligero temblor en el pulso de la mano que sujetaba la taza de ella y una mirada de soslayo de él; pero ninguno de ellos descubrió en el otro la menor turbación ni esos gestos que te he explicado. Yo los sé porque me los contaron más tarde. 
Más adelante, ella le diría que sus ojos la transportaban a paisajes de luz y tersura de seda, a flores y paraísos, pues siempre que la amaba y ella se sentía amada, era capaz de ver el amor en todos y de amar y transformar en amor cualquier experiencia con la que se encontrara. 
–Sí que estaba enamorada. Ya me gustaría que me dijeran eso a mí.
–Sí, todos deseamos ser algo extraordinario para nuestra pareja; pero eso también conlleva el temor de considerar que en cualquier momento puede caerse el velo y descubrir nuestra sombra. Él sabía escuchar muy bien. Era un buen oyente, bondadoso y comprensivo.
–¿Y qué pasó?
–Estas historias de amor nunca pueden terminarse, porque comenzaron antes de cualquier comienzo aquí. Todo lo que viven los enamorados y sus historias de amor se escribe en el aire y son como semillas que sirven para mejorar el mundo y apoyos en su evolución. Esta historia continúa escribiéndose. Otro día te contaré otro fragmento, pero creo que con esto que te he contado puedes sentir su perfume en la brisa de esta tarde. Inhala y escucha…
–Sí…, me los imagino juntos…


Isabel

Renacer creciente y su música


Sabe y siente a un tiempo su difícil misión:
incógnita imparable es el camino de su peregrinaje.
Las notas se oyen, 
apenas gotas de hielo disolviéndose,
deshaciéndose en cristales esféricos, transparentes,
como semillas llenas de un aliento invisible;
finas y melodiosas gotas, 
notas prístinas y brillantes.
La invisibilidad del futuro se hace ya promesa en aire y agua,
llamándose, abrazados en el silencio,
para volverse sonido, 
luz en la superficie uniforme de nieve pura, 
de apariencia infinita, imperturbable.
Belleza saliendo de sí misma, 
para conocerse y reconocerse.
La nostalgia y deseo de ser,
ambos mezclados, diluidos en un peregrino fundirse,
sin saberse plenos de sí y de todo.
Incertidumbre y miedo recreándose de nuevo:
los días caen 
como abismos en paisajes de aventuras sin tiempo, 
fugaces e inverosímiles, irrepetibles y semejantes.
Todo es único y diverso, 
en su apariencia exacta, cambiante… 
Siente la ausencia y presencia 
en esa premura que atraviesa los hechos para lograr
que lo grotesco y vulgar se transforme 
y vaya creciendo en sí lo armonioso y singular.
…Y siempre aquella incertidumbre 
y su miedo y su dolor de error 
arrojándolo al abismo de otra oportunidad 
para equivocarse…
Y, sin embargo, conoce paisajes de belleza inmarchitable,
siempre en flor, de paz permanente,
en los que podrá sumergirse,
oscuridad y luz,
hasta el interior de sí mismo
y hallarse y descubrirse.
Sabe de esa presencia invisible 
velando con pasión y entusiasmo su propia existencia, 
su aliento, sus ojos dulces.
Perlas invisibles recorren sus venas 
para formar la luz del sonido 
elevándose hacia la luz, 
deliciosa ilusión renaciendo siempre.
Sabe de sus miedos 
–guerreros bloqueando su renacer presente–
en él, mirándole…
El sol, siempre, 
cada mañana creando su propia primavera,  
sus aves volanderas, sus formas y perfiles
discurren veloces por sus venas
y las llenan de color y sueños.
Sabe que volar es parte del juego
mientras camina por las calles grises.
Los acordes del piano silencian cualquier temor
mostrando su voluntad de encuentro,
su renacer creciente.
Isabel, 14-1-12

Encuentros

Es una pareja. No lo parece a primera vista, pues cada cual está ensimismado y concentrado en su trabajo, sin embargo, tras una observación más reposada, todo indica que la forman. Es algo muy sutil y silencioso.
Sí, el silencio posee su propia voz y es muy eficaz y directo su mensaje, si uno está atento y abierto a comprender sus señales.
A pesar de que ninguno ha realizado ningún gesto que los descubra como parte del mismo mundo, ambos realizan una actividad privada semejante, muy armoniosa y–al parecer– placentera, algo evidente para el observador, por su grado de concentración y su expresión de privacidad.
Ambos se respetan tanto que es imposible que no se amen y compartan profundamente algo más que el estrecho espacio comprendido en dos asientos del tren, situados uno frente a otro.
Dibujan. Realizan su trabajo con dedicación y esmero. Están unidos, más allá de que viajen más o menos juntos, de que se comuniquen durante el recorrido, de que se miren o se sepan uno frente a otro. Juntos por elección, desde su libertad y deseo de felicidad compartida. Se percibe que es una pareja muy bien avenida.
Ella tiene una forma de ilustrar sus dibujos relajada y serena.
Ensimismada en las imágenes que van apareciendo, gira el cuaderno y mira lo realizado, cambia de lápiz, transforma un detalle.  No le preocupa si alguien mira lo que hace o no descubre su existencia. Con los dos tipos de lápices o bolígrafos en la mano, va avanzando en su labor. Su dibujo recuerda el otoño por los motivos con los que va ilustrando el interior de la portada de un pequeño cuaderno especial, un cuadernillo de viaje, con tapas duras, decoradas con dibujos dorados y negros.
Los guantes sin dedos le permiten dibujar sin las trabas que generalmente representan los guantes tradicionales.
Él está sentado enfrente. Sus rodillas podrían tocarse, no lo hacen, pero están unidas y libres. No es necesario que físicamente se rocen. Se saben juntas sin hacer ostentación de ello. Ambos permanecen callados casi todo el recorrido. Sólo en un par de ocasiones se interrumpe el silencio muy fugazmente. Es un espacio cómplice, de creación, de respeto y cariño compartido, sagrado.
El silencio instalado entre ambos conquista la atención de un joven que se ha sentado a mi derecha. Me pregunto si comprende, y hasta qué punto, ese milagro tan escasamente habitual en la vida cotidiana. Mira a la joven y parece sorprendido de la finura y sutileza que la actividad creativa va expandiendo a su alrededor.
Voy observando a los tres – pareja y joven observador– y me entretengo mirándonos a los cuatro – me incluyo– e imagino o conozco nuestras experiencias e intereses, nuestros propios motivos para mejorar.
Experiencias diferentes, compartiendo durante un tiempo acotado los límites de un espacio viajero, pero que está obligado a permanecer estático en algunos aspectos –naturalmente por elección–, a pesar del trasiego de personas y paradas.
Imagino su encuentro y la comprobación de unos intereses comunes de construcción, de realización personal.  Su complicidad. Su amor y deseo de crear belleza y originalidad a través de las formas.
El rostro de él denota un alto grado  de auto-exigencia, de perfeccionismo e intransigencia, marcada en sus facciones. Se puede observar un gesto –muy fácil e inconsciente en él–con las aletas de su nariz, que se dilatan, como si se diera órdenes a sí mismo o no se contentara del todo con lo que ve.
Su dibujo está oculto para todo aquello que no sea su propia visión, tal es el recato y pudor con los que protege los rasgos de su lápiz. Pinta durante tiempos cortos y, después, su mirada vaga algunos momentos por la ventanilla, como si esos tiempos de descanso le sirvieran para seguir pensando o imaginando por dónde y cómo continuar con aquel dibujo minucioso y miniaturista –eso es lo que imagina quien escribe estas líneas, pues apenas se mueve el lápiz por la superficie de su cuaderno de tapas verdes, de un tamaño algo mayor que el de su pareja–.
Alguna vez hablan; en esas escasas ocasiones, ambos dejan libre uno de los oídos, ocupado hasta entonces con un auricular.
Constituyen un microcosmos privado, lleno de armonía y sencillez íntima.
Sus palabras, inaudibles para los otros, poseen el sello inconfundible del cariño compartido, la atención y  el interés por las del otro.
Desean sorprenderse y alegrar los ojos propios y los del compañero.
Quien escribe, es decir, la voz narradora de la escena, diría que está contemplando una pareja que se siente feliz de compartir su vida y su tiempo.
El joven que penetró en el vagón y se sentó a mi derecha y la voz narradora sólo participan como espectadores de la ceremonia sagrada.
Siempre el acto creador voluntario y benéfico posee una dignidad que cautiva su alrededor. No es la primera vez que tengo la oportunidad de observarlo. Me pregunto por qué el hombre no utilizará más constantemente esa capacidad creadora con intención de mejorar su alrededor.
El tren continúa su recorrido y va llenándose a medida que se acerca a las poblaciones más habitadas. Los asientos, hasta entonces vacíos,–la creación e intimidad despiertan siempre un respeto sagrado– se acaban ocupando; pero en cuanto se producen bajas en otros cercanos, los nuevos, incorporados al espacio de la pareja, se van a ocupar otros asientos y, de nuevo, la pareja queda aislada en su mundo propio, respetado, silenciosa y admirativamente por nuestros ojos, que han ido entreteniéndose en meditaciones contemplativas.

Isabel, enero 2012

Beso en silencio tus ojos

Beso en silencio tus ojos, 
risueños cuando me miran
y me sorprenden mirando,
y me gusta escuchar siempre
su misma duda...
Sonrío sintiendo en mí su pudor,
la timidez de ese niño 
que siempre despierta en ellos
y esa bondad que dialoga
con el mundo y se ensombrece
con matices melancólicos.
Siempre respondo lo mismo:
¡Son tan bellos...! Deseo fundirme en ellos
y viajar por sus destellos y noches,
abrazando sus silencios, escuchando sus palabras.

Beso en silencio tus ojos.
Isabel, 13-04-11


Nombrarte


Transité por las líneas luminosas de tu nombre,
observé sus sonidos transformando el aire:
iluminaban calles, sendas,
ahuyentaban vacíos y temores... 
Sus parajes de calidez y silencio
guiaban con acierto mi caminar
por las horas de nuevos días
hacia nuestro encuentro siempre.
Me dejé dirigir por la exquisita  ruta,
como si los pasos fueran 
volátiles traslados, caricias de una tarde,
la brisa de un verano
irrumpiendo sutil para crear presentes.
Tus rosas son las mías,
aquellas que elegiste,
porque jamás pierden su aroma
y, en la voz de la tarde, 
de transparente huella
dejan su tacto:
impronta indeleble 
su presencia brillante...
Son rosas cuyos pétalos 
recrean la verdad
de un amor siempre joven.
Lo sé porque escuché sus diálogos
mientras viajaba contigo 
por el azul del aire.

Isabel, 23-04-11


Llamada

La tarde va escribiendo sus mensajes. Son serenos y rosados. La tarde siempre discurre silenciosa en su ámbito. Está feliz. Sabe que la vida la va guiando con mano sabia y le permite evolucionar de forma progresiva. Sí, ha recibido lecciones, y no siempre ha sabido aceptarlas con la sonrisa y la serenidad que desearía; pero ahora se siente tranquila y acepta de buen grado lo que la vida le está mostrando: la tarde y su crepúsculo, el mar, el silencio en su casa, la salud y su propia consideración hacia sí misma y la cordialidad y amistad hacia los que va conociendo y la tratan con sencillez y respeto amistoso.
Llaman a su puerta. Pregunta, porque no espera a nadie y no es habitual que a esas horas tenga visitas. Ha sido una confusión, acuerdan la voz del exterior y la suya propia.
Nada saben uno de otro, excepto el sexo, porque el timbre y el sonido los diferencian; sin embargo, han estado muy cerca, próximos a verse y conocerse, pero no ha sido así. Quizá en otro momento, puede que todavía no fuera el tiempo adecuado y algo en la vida ha determinado que no correspondía esa experiencia.
Probablemente, nunca sabrá quién llamó,  con qué nombre se le conoce, cuántos años tiene, qué es de su vida y, sin embargo, de otras personas semejantes puede saber su nombre, cómo nació y dónde, en qué ocupa su ocio y a qué se dedica, si tiene familia cerca o lejos, si tiene o no familia…
Sin embargo, la otra parte, quien ha llamado, puede que sepa a quién llama y disimule o desee saber qué voz tiene esa persona o si está en casa o cómo contesta y trata a quien sin conocer de nada llama a su puerta. Quizá pueda verla salir desde algún sitio y observar cómo camina o hacia dónde va…
Eso piensa el aire, que ha sido testigo, ahora que ha terminado el intercambio de palabras y disculpas por uno y otro lado.
Su interfono no ofrece imagen, sí el sonido, aunque algunas veces falla. Ahora , cuando alguien llama a la puerta es porque se le espera, eso ocurre normalmente, antes no era así, nadie avisaba por teléfono si podía o no llamar a la puerta.
Ya la noche ha impuesto su presencia y la casa comienza a despertar. Llegan los otros y las cenas.

Isabel, enero 2012

Excursión

Guardan silencio. No hay tensión en su experiencia. Parece algo habitual en ellos. Él mira hacia adelante. Su horizonte es dinámico. Tiene coches delante del suyo y debe estar ocupado y concentrado en el movimiento de esa fila. Sus labios cerrados trazan una curva, mezcla de autosatisfacción y cierto desdén por ese momento en que debe permanecer parado.  Algo en sus ojos desmiente el aparente desdén. Permanecen fijos, sin resentimiento ni pasión hacia lo ajeno. Miran con sencillez y tranquilidad la evolución de la marcha. Es un hombre maduro. Probablemente tenga algún nieto o podría tenerlos, aunque ahora viaja solo el matrimonio.
Ella observa su propio rostro enmarcado en una media melena de color rubio artificial. Masca chicle en silencio y observa con cierta satisfacción su rostro en el espejo colocado en la visera que le protege del deslumbramiento del sol de la tarde. Mira un poco por la ventanilla de su lado derecho. Se coloca el chicle de nuevo en otra parte de su boca y vuelve a ponerlo en movimiento. Chicle y ella dialogan y se envuelven en besos internos. El silencio es completo, excepto el leve ruido del masticar y entrechocar las mandíbulas. Él mira hacia su izquierda y recupera inmediatamente la visión frontal. Ella mira hacia su imagen en el espejo. Se retoca el pelo, se pasa la mano por el rostro, como para comprobar su forma imaginada, su tacto. El silencio acompaña el viaje de la pareja. Se reemprende la marcha. Se oye el ruido del motor al poner la primera.
La tarde viaja hacia su ocaso.

Isabel, enero 2012

Juntos

La tarde discurre despacio. El reloj de la sala, ese que ha presenciado todos los encuentros y desencuentros producidos alrededor de su espacio a lo largo de 30 años, sigue su rítmica marcha hacia algún lugar o meta inexplicable, círculo que algún día se para.
Entran, como el aire frío, rompiendo el silencio y encierro que se palpaba entre los latidos del reloj y la espera.
Sus voces llevan todavía algo del aire respirado y su aliento parece exhalar parte de sí mismos.
-¿Has visto lo raro que nos ha saludado el vecino?
-Directamente no ha saludado, no sé qué tiene de raro un saludo que no existe.
-Bueno, quiero decir que es raro él.
-Ah, ¿cómo te has dado cuenta?
-Porque no ha saludado.
-Yo  no le llamaría raro a su silencio; diría que está absorto en sus cosas, malhumorado, que es maleducado, que es antipático, que es mudo y sordo y ciego, inexpresivo...; pero ninguna de esas manifestaciones son muy raras o extrañas ni tampoco extraordinarias; aunque pensándolo mejor, todas ellas juntas, sí que podrían considerarse excepcionales…
-No seas tan meticuloso. Me pones nerviosa cuando te pones en el plan de que lo sabes todo y que los demás somos tontos.
-¡Hum…! Este reloj no se atrasa ni un segundo. Es perfecto.
-Me voy a la habitación para cambiarme.
-(...)
Continúa la tarde y el reloj marca en su ritmo y con su propia voz las bocanadas del exterior y del interior en esa mezcla singular, inexplicable...

Isabel, enero 2012

Sorpresa

-Es de noche, y ya te dije que temía la oscuridad. No me dejes sola, por favor.
-Si no me voy…; sólo me giraré para dormir un poco.
-Es que me da miedo. Mírame hasta que me duerma.
Se oye un suspiro que parece la voz del asombro y del hartazgo en una combinación confusa.
-¿Es posible que me estés diciendo lo que oigo?
-¿No te avisé que era muy miedosa?
-Sí, pero ser miedosa es una cosa y exigir que vigile tu sueño hasta que te duermas es otra. ¿Qué hacías hasta ahora?
-No seas desagradable ni grosero. Sólo te pido que me mimes un poco…
-¿Por qué no me cuidas un poco tú a mí?
-Ya veo que no me quieres. El otro día me decías que lo harías todo por mí…
-Ya lo estoy haciendo. Puedes estar segura de que esta conversación tiene mucho más trabajo del que imaginas.
Se oye un inicio de gemido y un bufido. Sonidos más o menos articulados rasgan la noche en una cueva del piso 21 del siglo XXI.

Isabel, enero 2012

Una decisión

 Simplemente le dijo "Ya es tarde. Me voy. Nada puedo añadir a lo que he intentado ofrecerte." Creyó que estaba en lo cierto. Debería, quizá, pasar más tiempo para comprender nuevas cosas y aplicarlas, discurrir por los páramos para volver hacia el jardín y ofrecer su experiencia de soledad, de libertad desnuda y viento, sin vegetación frondosa ni cortafuegos. Dudaba. Los pasillos de la casa se estrecharon y alargaron mientras sus pasos la conducían a la puerta.
Esperaba su llamada. Casi podía oír la voz que le pedía "no te vayas, todavía no hemos terminado nuestro aprendizaje, nunca podremos terminarlo, porque deseo estar contigo siempre y juntos crear días, iguales y distintos".
Eso pensó, deseó que el otro lado de aquel largo pasillo clamara eso o algo semejante; pero no oyó ningún indicio ni nadie –incluido el aire– articuló ningún sonido. Sólo sus pasos envolvían  con su voz  sus oídos; su marcha se producía y no podía decir–aunque así fuera– que temía que fuese cierto lo pronunciado, que temía como real que nada pudiera ya hacer para lograr convencerlo del error de ambos.
Se paró un momento. Miró hacia atrás. Comprendió que no era su pasado. Había oído eso de mirar atrás relacionado con el pasado, pero ahora no se trataba del pasado. Era un presente vivo y caminaba hacia la muerte si marchaba en sentido contrario, hacia una muerte autoinfligida, absurda…
Se dio la vuelta y lo miró mientras se acercaba hacia sus brazos.  Llegó con el corazón abierto, tan veloz como la voz de su abrazo la envolvió, y así permanecieron, juntos ya, en un silencio lleno de la profunda verdad de su alegría y con la promesa implícita de ambos.  No podían, no debían ni querían separarse. Nada era más importante que aquello que ambos tenían en sí y en su abrazo. Lo demás podía esperar…

Isabel, enero 2012

Encuentros

Algunas veces sentía la presencia cercana de su amor susurrando ideas, no palabras. Se podían considerar apenas suspiros mentales, como destellos de luz purísima que ella comprendía, y eso la hacía sonreír agradecida.
Le gustaba sentir su presencia tan cálida y cercana, tan presente y libre a un mismo tiempo.
Eran bondadosos y profundos sus ojos mientras le inspiraba las ideas que iban naciendo…, como si confiara absolutamente en un resultado que ella misma ignoraba y, desde luego, distaba mucho de considerar algo seguro y con valor.
Aquella tarde resultó especial. Callaban ambos mientras contemplaban el cielo alto, cuajado de estrellas invisibles –ambos sabían de su existencia, aunque no se vieran desde allí a esas horas–, las palabras en sus pensamientos se dilataban hacia un horizonte creciente. Palabras viajeras por vocación.
Amaban los territorios de sus sueños y los exploraban juntos, también sus palabras se unían sin ningún problema de autoría. Pertenecían a la vida y ambos también formaban parte de ella.
Era una tarde como podían haber sido muchas, sin embargo, las demás habían ido desapareciendo en el tiempo; ésta la vivían y decidió escribir algo para recordar su vivencia íntima en el silencio.
Vivían juntos desde hacía un par de años. Cada día resultaba una aventura que agradecer. Probablemente, nadie externo a ellos lo hubiera percibido; pero sus ideas eran motivo de creaciones que los liberaba del suelo sin abandonarlo, sus sonrisas, sus acuerdos y su intenso amor constituían su principal fuente de equilibrio y alegría.
–Dame la mano, ven, quiero enseñarte algo– dijo él mientras tendía la suya buscando la de ella. Ella cerró los ojos y le contestó con la risa en las palabras –Bueno, pero tendrás que conducirme completamente. Serán tus ojos los que deban fijarse bien, para escribir con palabras lo que has visto antes de que me lo muestres, y luego te diré si lo he entendido bien, y qué veo en común contigo, y qué veo distinto en eso que me vas a mostrar, ¿estás de acuerdo?
Ella reía y él protestaba en un refunfuño divertido que a ella le provocaba una risa más amplia.
–¡Eres tan bueno y dulce…!– añadió mientras se dejaba conducir y besaba su mano.
Sabía que la llevaría a algún espacio lleno de encanto y sucedió que le estaba mostrando un nido que con mucho tesón estaba construyendo un pajarillo. Era tal la voluntad del ave, tal su prisa y concentración, que ambos, de la mano y en silencio, fueron retirándose para no perturbar el afán y la misión que la vida expresaba a través del pequeño ser alado.
Pensó que, probablemente, la vida vive a través de nosotros; tiene sus misiones y encargos; somos vividos por ella y, dócil y suavemente, aceptamos sus dictámenes. Nada más podemos hacer.
Por la noche hablaron de la libertad y del deber. ¿Sentía su libertad el pájaro mientras construía el nido con entusiasmo? ¿Sentía entusiasmo o era  una voluntad ciega, un instinto sin deseo personal lo que lo llevaba y guiaba, quizá una mezcla de ambos: orden de la naturaleza envuelta en aparente deseo propio? ¿Ocurría lo mismo o algo semejante con nuestros actos?