Encuentros

Es una pareja. No lo parece a primera vista, pues cada cual está ensimismado y concentrado en su trabajo, sin embargo, tras una observación más reposada, todo indica que la forman. Es algo muy sutil y silencioso.
Sí, el silencio posee su propia voz y es muy eficaz y directo su mensaje, si uno está atento y abierto a comprender sus señales.
A pesar de que ninguno ha realizado ningún gesto que los descubra como parte del mismo mundo, ambos realizan una actividad privada semejante, muy armoniosa y–al parecer– placentera, algo evidente para el observador, por su grado de concentración y su expresión de privacidad.
Ambos se respetan tanto que es imposible que no se amen y compartan profundamente algo más que el estrecho espacio comprendido en dos asientos del tren, situados uno frente a otro.
Dibujan. Realizan su trabajo con dedicación y esmero. Están unidos, más allá de que viajen más o menos juntos, de que se comuniquen durante el recorrido, de que se miren o se sepan uno frente a otro. Juntos por elección, desde su libertad y deseo de felicidad compartida. Se percibe que es una pareja muy bien avenida.
Ella tiene una forma de ilustrar sus dibujos relajada y serena.
Ensimismada en las imágenes que van apareciendo, gira el cuaderno y mira lo realizado, cambia de lápiz, transforma un detalle.  No le preocupa si alguien mira lo que hace o no descubre su existencia. Con los dos tipos de lápices o bolígrafos en la mano, va avanzando en su labor. Su dibujo recuerda el otoño por los motivos con los que va ilustrando el interior de la portada de un pequeño cuaderno especial, un cuadernillo de viaje, con tapas duras, decoradas con dibujos dorados y negros.
Los guantes sin dedos le permiten dibujar sin las trabas que generalmente representan los guantes tradicionales.
Él está sentado enfrente. Sus rodillas podrían tocarse, no lo hacen, pero están unidas y libres. No es necesario que físicamente se rocen. Se saben juntas sin hacer ostentación de ello. Ambos permanecen callados casi todo el recorrido. Sólo en un par de ocasiones se interrumpe el silencio muy fugazmente. Es un espacio cómplice, de creación, de respeto y cariño compartido, sagrado.
El silencio instalado entre ambos conquista la atención de un joven que se ha sentado a mi derecha. Me pregunto si comprende, y hasta qué punto, ese milagro tan escasamente habitual en la vida cotidiana. Mira a la joven y parece sorprendido de la finura y sutileza que la actividad creativa va expandiendo a su alrededor.
Voy observando a los tres – pareja y joven observador– y me entretengo mirándonos a los cuatro – me incluyo– e imagino o conozco nuestras experiencias e intereses, nuestros propios motivos para mejorar.
Experiencias diferentes, compartiendo durante un tiempo acotado los límites de un espacio viajero, pero que está obligado a permanecer estático en algunos aspectos –naturalmente por elección–, a pesar del trasiego de personas y paradas.
Imagino su encuentro y la comprobación de unos intereses comunes de construcción, de realización personal.  Su complicidad. Su amor y deseo de crear belleza y originalidad a través de las formas.
El rostro de él denota un alto grado  de auto-exigencia, de perfeccionismo e intransigencia, marcada en sus facciones. Se puede observar un gesto –muy fácil e inconsciente en él–con las aletas de su nariz, que se dilatan, como si se diera órdenes a sí mismo o no se contentara del todo con lo que ve.
Su dibujo está oculto para todo aquello que no sea su propia visión, tal es el recato y pudor con los que protege los rasgos de su lápiz. Pinta durante tiempos cortos y, después, su mirada vaga algunos momentos por la ventanilla, como si esos tiempos de descanso le sirvieran para seguir pensando o imaginando por dónde y cómo continuar con aquel dibujo minucioso y miniaturista –eso es lo que imagina quien escribe estas líneas, pues apenas se mueve el lápiz por la superficie de su cuaderno de tapas verdes, de un tamaño algo mayor que el de su pareja–.
Alguna vez hablan; en esas escasas ocasiones, ambos dejan libre uno de los oídos, ocupado hasta entonces con un auricular.
Constituyen un microcosmos privado, lleno de armonía y sencillez íntima.
Sus palabras, inaudibles para los otros, poseen el sello inconfundible del cariño compartido, la atención y  el interés por las del otro.
Desean sorprenderse y alegrar los ojos propios y los del compañero.
Quien escribe, es decir, la voz narradora de la escena, diría que está contemplando una pareja que se siente feliz de compartir su vida y su tiempo.
El joven que penetró en el vagón y se sentó a mi derecha y la voz narradora sólo participan como espectadores de la ceremonia sagrada.
Siempre el acto creador voluntario y benéfico posee una dignidad que cautiva su alrededor. No es la primera vez que tengo la oportunidad de observarlo. Me pregunto por qué el hombre no utilizará más constantemente esa capacidad creadora con intención de mejorar su alrededor.
El tren continúa su recorrido y va llenándose a medida que se acerca a las poblaciones más habitadas. Los asientos, hasta entonces vacíos,–la creación e intimidad despiertan siempre un respeto sagrado– se acaban ocupando; pero en cuanto se producen bajas en otros cercanos, los nuevos, incorporados al espacio de la pareja, se van a ocupar otros asientos y, de nuevo, la pareja queda aislada en su mundo propio, respetado, silenciosa y admirativamente por nuestros ojos, que han ido entreteniéndose en meditaciones contemplativas.

Isabel, enero 2012

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