Juntos

La tarde discurre despacio. El reloj de la sala, ese que ha presenciado todos los encuentros y desencuentros producidos alrededor de su espacio a lo largo de 30 años, sigue su rítmica marcha hacia algún lugar o meta inexplicable, círculo que algún día se para.
Entran, como el aire frío, rompiendo el silencio y encierro que se palpaba entre los latidos del reloj y la espera.
Sus voces llevan todavía algo del aire respirado y su aliento parece exhalar parte de sí mismos.
-¿Has visto lo raro que nos ha saludado el vecino?
-Directamente no ha saludado, no sé qué tiene de raro un saludo que no existe.
-Bueno, quiero decir que es raro él.
-Ah, ¿cómo te has dado cuenta?
-Porque no ha saludado.
-Yo  no le llamaría raro a su silencio; diría que está absorto en sus cosas, malhumorado, que es maleducado, que es antipático, que es mudo y sordo y ciego, inexpresivo...; pero ninguna de esas manifestaciones son muy raras o extrañas ni tampoco extraordinarias; aunque pensándolo mejor, todas ellas juntas, sí que podrían considerarse excepcionales…
-No seas tan meticuloso. Me pones nerviosa cuando te pones en el plan de que lo sabes todo y que los demás somos tontos.
-¡Hum…! Este reloj no se atrasa ni un segundo. Es perfecto.
-Me voy a la habitación para cambiarme.
-(...)
Continúa la tarde y el reloj marca en su ritmo y con su propia voz las bocanadas del exterior y del interior en esa mezcla singular, inexplicable...

Isabel, enero 2012

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