Apuntes sobre la timidez

Hay diferentes formas de vivir y de aceptar el hecho de la vida y también distintas formas de intervenir en la realidad próxima.
Hay personalidades expansivas, expresivas, afirmativas, dóciles, espontáneas, retraídas, introvertidas, recatadas, reflexivas, observadoras, impulsivas…
Podríamos seguir buscando y hallando diferentes matices que dividieran en múltiples agrupaciones las posibles formas de crear una personalidad concreta, pero me gustaría escribir algunas palabras de gratitud hacia la timidez.
La timidez, en su expresión primera y espontánea, es decir, antes de que haya conseguido ser disimulada en mayor o menor grado por el sujeto que es poseído por ella, contiene una delicadeza y sensibilidad extraordinarias, que no suelen valorarse suficientemente ni por quien la posee ni por su entorno.
Siempre que distingo a una persona –tenga la edad que tenga–, que es tímida, siento que camina por la vida como de puntillas. Es como si deseara no molestar ni modificar con sus palabras o sus actos una realidad que le acoge y le sobrepasa, un mundo que le parece impredecible y ajeno, en ocasiones, a su sueño, de ahí  su temor a intervenir en él.
Los tímidos son seres cuya intimidad y amor por lo sutil aparece a primera vista y resulta muy llamativo y paradójico para quien los trata y observa; pues la timidez desearía esconderse, volverse invisible a los ojos ajenos.
Los tímidos llevan la timidez, como una pancarta, desplegada en sus ojos. Y sus ojos siempre hablan del profundo respeto y afecto por la belleza y del temor a que ese milagro, que es la vida y su frágil belleza, se rompa por su acción o por cualquier motivo cercano a sí mismos. Sus ojos hablan de la fragilidad y del amor, de ahí el miedo a los actos, del respeto a la inacción y del temor a una condena posible ante el error.
Sus miradas acarician con dulzura la realidad que les sale al encuentro. La mirada de las personas tímidas siempre nos ofrece aspectos sutiles de la vida y su intimidad.
La timidez lleva en su esencia el miedo al error y el amor a lo bello de una forma más explícita que otras personalidades, porque no hace falta que hablen o declaren esos principios; están grabados en sus ojos. Todos podemos leerlos antes de que articulen una palabra.
No es igual ser tímido que pasar vergüenza o sentirse inseguro. Tampoco es lo mismo ser tímido que ser pasivo o femenino. La timidez posee al tímido, no es algo que se pueda manipular o utilizar para resultar más o menos atractivo. Al tímido le delatan sus ojos.
La timidez lleva como sello la sensibilidad y el amor, el temor profundo y el respeto sagrado a la vida que se sueña y se desea contemplar.
La timidez implica la visión precoz del caos y de la fealdad y el temor a ser uno de sus agentes o sufrir los embates de esa fealdad.
Quizá por eso, algunos tímidos envuelven su sensibilidad  de un orgullo que busca esconder su profunda herida. El tímido posee un sentido profundo de la belleza y también de la fealdad.
Es su sensibilidad especial, propia de un virtuoso, la que le lleva a ser el ejemplo concreto de una conciencia y deseo de belleza más allá de la apariencia superficial.
Respetar y admirar esa sutilidad que ofrece la presencia de la timidez en la vida puede convertirse en un regalo, pues nos plantea un aprendizaje de libertad de ser y de tiempo de adaptación y confianza distintos a los habituales. Por otro lado, podemos desarrollar nuestra admiración por la belleza y delicada ternura que  la timidez irradia.
Algunos tímidos rechazan su condición y la envuelven de apariencias que con el tiempo aprenderán a desechar, si quieren sentirse en paz con su propia naturaleza.

Isabel 25-09-12

1 comentario:

  1. Lúcidas reflexiones sobre la timidez y, por extrapolación, justa reivindicación de lo distinto. Besos!

    ResponderEliminar