Sucede que…


algunos días noto tu vuelo grácil 
entre los pliegues de los hechos,
en los instantes de mi vida.
Juntos, voluntad y deseo,
horizonte y mirada.
Todo es ligero y delicado,
alegre la risa se filtra en el aire de las horas,
siento tu inspiración guiándome en cualquier gesto
mientras recorro espacios 
ajenos a mi sentir y al tuyo entre las gentes.
Te sé tan próximo y cercano,
como la flor se sabe inseparable 
del tallo que la adora y agradece.

Otros días, las voces y silencios te alejan, 
te llevan a otras partes. 
Nunca sé con certeza qué te alejó de mí.
La confusión me habita
como una sombra intrusa
y ocupa, caprichosa, las horas de un presente.
Entonces ... mi piel recuerda, se sabe en tu mirada;
siento tu tacto en mí y olvido mis temores.
Nuestra alegría, sentir tu presencia, 
el rostro de las flores ...
Camino junto a ti viviendo nuestros sueños,
contemplando la vida,
los cambios y paisajes de días y estaciones.
Todo me lleva a ti.

Isabel, 4-07-11


Tú me preguntas


Tú me preguntas si puedo oír el roce
del aire en la mañana,
y yo siento que el aire y el silencio 
son idiomas que tú conoces y hablas.
Puedo escuchar en ellos 
el ritmo de tu aliento,
el timbre de tu voz cuando me amas,
tu paz y esa belleza, discreta y delicada,
que, como un milagro, 
descubro en ti cada mañana.
Mi oído está escuchando
esas palabras que penetran
con sus sutiles vuelos invisibles.
Vivo su  recorrido en mí
y aliento su intención 
de atravesar mis dudas y temores,
como rayo de luz en las tinieblas,
y sé que navegan por aguas agitadas
y saben calmar su turbación
hasta llegar al corazón que las celebra y canta.
Lento el tiempo muestra sus líneas y caminos,
abre su cuerpo como fruto a la esperanza:
el mar es azul cada mañana,
las estrellas nos invitan a contemplar
la luz de nuestros sueños reflejada.
Puedo oír la caricia del aire en la mañana
cuando escucho tu caricia 
y tu aliento en mi esperanza.

Isabel, 19-06-11



Sin conocer tu nombre

Te amé sin conocer de ti 
más que la ligereza y precisión 
con la que caminabas 
por las horas escritas una tarde.
Nada sabía entonces 
de tu delicadeza
ni de tu forma de ser y de expresarte.
Nada me habías dicho, ni siquiera tu nombre.
No pude imaginar todo lo que en tu nombre había
ni pude sonreír al cantar sus acentos 
y pronunciar con fe la vida que escondía. 
Nada sabía entonces.
Cambiaba los sonidos, buscando formas,
nuevas músicas y ritmos al nombrarte.
… Entonces sucedió: alguien lo pronunció.
Comprendí que tu nombre
encerraba secretos y atravesaba mares.

Isabel, 3-05-11