más que la ligereza y precisión
con la que caminabas
por las horas escritas una tarde.
Nada sabía entonces
de tu delicadeza
ni de tu forma de ser y de expresarte.
Nada me habías dicho, ni siquiera tu nombre.
No pude imaginar todo lo que en tu nombre había
ni pude sonreír al cantar sus acentos
y pronunciar con fe la vida que escondía.
Nada sabía entonces.
Cambiaba los sonidos, buscando formas,
nuevas músicas y ritmos al nombrarte.
… Entonces sucedió: alguien lo pronunció.
Comprendí que tu nombre
encerraba secretos y atravesaba mares.
Isabel, 3-05-11
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