Atardecer en su viaje

Viaje hacia un sol de cercanía, hacia la luz más próxima a mi alcance. Como una bendición, la luz, siempre cerca y próxima, lejos muy lejos, desde allí viaja y funde, crea y alienta; veo ahora un suelo blanco,  creado por nubes y praderas blancas, por lagos y montañas que se hunden y yerguen en un paisaje único, cambiante,  cercano y alejándose; mientras viajo, el paisaje y los países se mueven, cambian, como nosotros…  para viajar a otro más próximo y alejándose…
Es tarde y es alba, y sí, sé que no es lo mismo: llegada y despedida, lo sé, pero aquí el mundo y la vida son otros, distintos; allá abajo y más lejos, las reglas son diferentes a nuestros ojos. Sé que viajo hacia el ocaso y, sin embargo, nunca sentí la luz tan cerca y tan renaciendo, tan claro el camino más allá de la superficie de los usos. Hay mundos y alturas diferentes. 
¿Las alturas y los tiempos pertenecen a vidas diferentes, a cuerpos distintos?
Nada es exacto a como nuestros sentidos perciben, nuestros velos desdibujan, tapan y crean apariencias, niveles de existencia en nuestras vidas.
El sol es siempre aquí la fuente pura de intensidad radiante, que ciega nuestros ojos y los deslumbra y abrasa, pero acaricia nuestros párpados, perfectos para ser acariciados por sus besos silenciosos, que pueden contemplar su fulgor brillante, como telones desplegados por la verdadera y sabia vida, aquella que nos muestra la belleza de sus formas, la que, delicada y sostenible, aguanta la intemperie, impertérrita, aquella que endulza con el ritmo de sus latidos musicales los pulsos que vacían y llenan cada forma, transformando constantemente la vida en una victoria exploradora y progresiva de la conciencia en su viaje.
Siento en mí y en cada uno de los seres que conmigo viajan por la cercanía de su intimidad silenciosa y atenta, los pasos ágiles de esta tarde transitando dóciles por la luz de su sonrisa imperceptible al sentir su avance, su movimiento acompasado, su vitalidad llena del fuego interno de su sol, de su sí mismo pleno; sé de sus pulmones ensanchándose a su ritmo para llenarse de este aire común, que es nuestro alimento imprescindible. Todo viaja y queda en el aire con nosotros y alejándose. El dinamismo y la quietud nos conforman como partes integradas y perfectas de su relación fecunda y fértil.
Sé de sonidos que no puedo distinguir, existentes, sin embargo; hablan idiomas que ignoro por imperceptibles para mi oído, escucho ruidos constantes de motores y máquinas que aturden con su persistencia y lastiman mi paz. 
Viajo hacia la noche, una noche llena de luz espléndida. La luna, pronto llena, nos iluminará con su pálida y azulada blancura los contornos, los relieves, los rostros del paisaje mientras duerme. El suelo se ha vuelto gris y observo el horizonte y mi proximidad oscurecerse. Un foco guía los ojos hacia un fuego lejano que resplandece como despedida, como un eco de lo que ya se va. La noche uniforma la diversidad. 
Venus aparece a mi derecha antes de que la noche se haga completa. Como la diosa de quien toma su nombre, siempre la belleza se halla presente en cualquier transformación que el universo vele.


Isabel, 1-2-15

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